De cerca

Me gusta agacharme en la arena y mirar de cerca, ahí quieta, mientras escucho las olas, a ver qué pasa…Y siempre pasa algo, en la orilla siempre hay movimiento. Pero la paciencia es fundamental, sin ella, no puedes ver esos cambios que se producen constantemente, esos olores que solo podrían salir del mar, esos sonidos conocidos…

En seguida te das cuenta del tamaño de la arena, de que en algunas playas es fina como de desierto, y en otras como piedritas en miniatura. Muchas veces pienso en lo que me costaría contarlas todas y ahí caigo en un abismo del que no puedo salir que me lleva a ser consciente de lo infinito del universo. Entonces me mareo un poco…

Hasta que de repente las olas me traen un cuerpo de cangrejo que echa burbujas, que quizás ayer estaba vivo, pero que hoy se ha convertido ya en la materia de la que está hecha el mar, de muerte y de vida.

En la orilla hay cientos de miles de conchas de todas las formas que en algún momento fueron la casa de algún molusco y ahora son objetos de deseo para niños que llegan en verano para chapotear en el mar, jugar con ellas y llevárselas de recuerdo. Ahora seguramente están en muchas casas metidas en botes decorativos, añorando quizás el mar del que se alejaron ya para siempre.

El agua se cuela constantemente entre las arenas que siempre están brillantes. Todos sabemos que fuera del agua no son tan bellas, es esa película acuosa la que destaca sus colores, sus vetas, su procedencia.

A veces, entre las arenas sobresalen algas verdes, muy verdes que si te acercas a oler, huelen a ese mar mezcla de sal y de marisco, ese sabor que te queda en la boca cuando te bañas sin tiempo en los veranos eternos.

Pero hoy es todavía primavera y el mar está solitario. Sólo se oyen esas olas que van y vienen, eternas, que seguirán cuando ya no estemos aquí. Igual que las conchas, que las arenas, los cangrejos muertos y las algas verdísimas.